Las cosas por su nombre: la vulva


(Foto: Shutterstock)
¡Cuánto nos cuesta nombrar los genitales femeninos externos! Utilizamos diminutivos, apelativos “biensonantes”, palabras que no nos dan tanta vergüenza como su nombre real.

Lo llamamos chichi, rajita, petete, culo de delante… Tenemos miles de maneras de evitar decir su nombre y, así, se lo nombramos a nuestras hijas.

A simple vista puede parecer que esta manera de denominar a los genitales femeninos externos no tiene ninguna repercusión. Sin embargo, esto no es así en absoluto.

Las palabras son la herramienta básica que tenemos para construir mentalmente la realidad. Con la palabra construimos el pensamiento y hacemos reales conceptos y esquemas que están en nuestra mente.

Representamos la realidad con palabras. La palabra es el símbolo lingüístico de las cosas, sucesos, sentimientos, pensamientos… de todo lo que somos y experimentamos.

De este modo, cuando no somos capaces de nombrar algo por su nombre estamos, en cierto modo, invisibilizándolo. Es una manera de ocultar esa realidad, ese objeto, ese acontecimiento, esa parte de nuestro cuerpo.

Cuando no hablamos de algo es como si no existiese.

En el caso de la vulva, se suele hablar poco sobre ella. Pero además, no se le llama por su nombre. De hecho, muchas personas ignoran este nombre o lo aprenden de muy mayores.

Así, además de invisibilizar a la vulva, estamos restándole valor. Los diminutivos o apelativos que utilizamos para denominar esta parte del cuerpo minimizan la importancia de la misma, la trasladan a un segundo plano en comparación con el resto de partes del cuerpo.

Además, el hecho de nombrar poco a esta parte del cuerpo y, cuando nos atrevemos a nombrarla, utilizar apelativos, transmite de una manera sutil que es una parte del cuerpo avergonzante. Tanto es así, que nos avergonzamos sólo por nombrarla.

Esta sensación de vergüenza asociada a nombrar a la vulva trasciende a una cuestión meramente lingüística. La vergüenza se deposita más allá: en la observación, la autoexploración o el cuidado de esta parte del cuerpo.

Todas tenemos manos, pies, cabeza, piernas, espalda, orejas, tripa, culo, etc… pero parece que no tenemos vulva. Como mucho, tenemos un chichi, una rajita o un petete. Y si me apuras, y perdemos un poco los buenos modales, tenemos coño. Pero nada más.

Con todo esto, y sentando la base desde la palabra, nos encontramos como mujeres adultas incapaces de nombrar, observar, explorar, cuidar o respetar nuestros genitales.

Para comenzar a cambiar esta manera invisibilizante y avergonzante de la realidad genital externa femenina, sería positivo empezar a denominarla sin pudor y por su nombre.

Este hecho, a simple vista superficial, inicia el camino hacia el propio reconocimiento, valoración y aceptación de la vulva como una parte del propio cuerpo digna, importante y respetable.

Esto sería el primer paso para el desarrollo de una sexualidad en nuestras hijas saludable, libre de culpa y pudor, lo cual incide muy positivamente en su autoconcepto y su autoestima.

Además, el nombrar con libertad sus genitales, serán capaces de sentirse más libres en cuanto a su propia sexualidad.

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