Nueve consejos para poner límites sin gritar ni amenazar


 

Una de las situaciones en las que más frecuentemente perdemos el respetoen la comunicación con nuestros hijos es cuando tenemos que establecer un límite o responder con una negativa a una petición.
 

 

Casi de manera automática, subimos el volumen de la voz y nuestro tono empeora cuando de establecer un límite se trata. Frases del tipo: “No pegues a tu hermano”, “No puedes subirte ahí”, “Te tienes ir a la cama”, “Debes vestirte ya”… se dicen, muchas veces, con gritos y desprecio, con tono de amenaza. ¿Os veis reflejados?
 

 

Esto parte de la idea de que para lograr que nuestros hijos respeten un límite hay que decirlo de forma agresiva o amenazante. Realmente, los niños muchas veces intentarán lograr lo que desean y, si el límite constituye un obstáculo para ello, lógicamente, intentarán salvarlo.
 

 

Así, cuando exponemos el límite de manera agresiva o amenazante, sentimos que vamos a lograr que los niños respeten lo que les estamos pidiendo con más probabilidad que si lo decimos con afecto y respeto. Y puede que sí, que suceda así, al principio.
 

 

Los niños, quizás, obedecerán cuando les gritemos o amenacemos para que respeten un límite. Y utilizo el verbo obedecer, porque se someterán a lo que les pedimos. El grito, la amenaza, la falta de respeto activa el miedo en el niño: miedo a que nos enfademos, miedo a que no le queramos… miedo al abandono, a fin de cuentas.

 
Es el miedo el que le mueve a hacer lo que nosotros decimos. Por eso el grito, a corto plazo, es tan efectivo. Y por eso lo usamos, porque sabemos que con él, logramos nuestro objetivo de manera rápida y sencilla: “¡¡¡Qué te he dicho mil veces que no pegues a tu hermano, que noooooo!!!”, “¡¡¡Vístete ya, hombre, que todos los días vamos tarde. Ya está bien!!!” ¿A que es así?
 

 

Sin embargo, el grito, la amenaza, sirvió, probablemente, las primeras veces que lo usamos. Después, va perdiendo su eficacia porque cada vez tiene menos impacto en el niño y, al final, ya no activa el miedo, sólo causa malestar. Emocionalmente, además, es completamente dañino, pues genera inseguridad, pobre autoestima, sentimientos de rechazo e indefensión, entre otros.
 

 

Aun así, la tendencia al grito queda bien instalada y es difícil modificarla. Esto es así no sólo debido a la efectividad que tenía al principio, si no a que nuestros modelos culturales y familiares de referencia refuerzan esto. A nosotros también nos gritaban y amenazaban.

 

Sin embargo, poner límites o expresar negativas puede hacerse de manera afectuosa y lograr que el niño comprenda por qué ha de respetar dichos límites desde la aceptación y la confianza, en vez de desde el miedo y la resignación. Para lograrlo, propongo un ejercicio en varios pasos sencillos que te ayudarán a transformar los gritos y amenazas en comunicación afectuosa y respetuosa:
 

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1. En primer lugar, debes identificar todos los límites que estableces en la interacción con tu hijo, anotarlos y analizarlos. Hecho esto, es importante que elimines los que consideras innecesarios. Sólo estableceremos los límites imprescindibles y absolutamente necesarios. Los demás, los obviaremos.
 

 

Cuantos menos límites haya, más fácil será para el niño respetarlos.
 

 

2. Repasa los límites que quedan en tu lista (los que identificaste como absolutamente necesarios). Anota, en un registro, durante un par de días, como transmites esos límites a tus hijos, cuál es su reacción y cómo te sientes.
 

 

3. Con el registro completado, observa cómo comunicas, qué palabras utilizas, tonos… y pregúntate si es necesario dirigirte así a tus hijos, si consideras que merecen ese trato, cómo reaccionarías si fuese otra persona la que se dirigiese a ellos de esa manera.
 

 

4. Busca una o dos alternativas respetuosas para cada una de las frases expresadas sin respeto que anotaste en la lista anterior y repásalas. Así las tendrás más disponibles cuando se produzcan situaciones en que tienes que establecer el límite. Identifica tu necesidad y comunícala, en primera persona.
 

 

5. Analiza la gestión del tiempo, el tiempo que esperas para que el niño haga determinadas tareas como vestirse, recoger sus juguetes o irse a la cama. Determina si le estás ofreciendo una cantidad de tiempo suficiente (las prisas no son buenas) y trata de organizar el tiempo para evitar estar apresurados.
 

 

6. También es importante revisar las necesidades del niño. ¿Está preparado para hacer lo que le pides (recoger sus juguetes, vestirse deprisa…)? En caso negativo, habría que buscar la manera de ayudarle a hacerlo.
7. Trata de transmitir dichos (pocos) límites identificados como imprescindibles con tus hijos antes de que se produzcan las situaciones en las que hay que establecerlos de manera inmediata. Se trata de comunicarlos antes de que surja la situación de conflicto, para que los niños vayan teniendo conocimiento de ellos.
 

 

Así, puedes explicarle que no puede pegar a su hermano, que no lo vas permitir y buscar con él alternativas a la agresión. De este modo, cuando suceda la acción inadecuada, podrás recordarle lo que habíais hablado.
 

 

8. Cuando vuelva a producirse la situación en que tienes que poner un límite, recuerda las opciones respetuosas que habías generado y utilízalas.
 

 

9. Si aun así, al niño le cuesta respetar el límite, tómate unos minutos antes de continuar (salvo que la situación sea peligrosa). Siéntate junto a él y transmítele el límite, con las opciones respetuosas que habías generado. Ten siempre presente que la transgresión forma parte esencial de la interiorización de los límites.
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Mónica Serrano Muñoz

Psicóloga especializada en Maternidad y Crianza Respetuosa

Col. Núm. M26931

Consulta presencial (en Madrid) y online.

Petición de cita en: info@psicologiaycrianza.com

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2 comentarios en «Nueve consejos para poner límites sin gritar ni amenazar»

  1. Está muy bien esta teoría, pero entiendo que debe de haber una escala, una proporcionalidad en el tipo de actitud que se tiene con el niño. ¿Se actuaría de la misma forma si el niño no se quiere lavar los dientes a si el niño pone en peligro su vida poniéndose a correr en medio de una carretera? Creo que es necesario establecer una escala de tolerancia en función de la peligrosidad o de lo inadecuado que resulta su comportamiento. No es lo mismo hablar en voz alta en un restaurante que tirar la comida por el aire. Sinceramente, creo que hoy en día se tienen demasiados miramientos con los niños en lo referente a la obediencia. Mi abuela decía que la obediencia ha de ser pronta, si no es conveniencia, y hay que enseñarle cómo hacerlo y, por supuesto ayudarle a conseguirlo. Pero creo que la repetición de una frase amable que no consigue resultado crea un patrón de conducta del niño hacia la desobediencia. A mi me parece que hay que ser graduales en nuestra respuesta, previsibles, y que el niño comprenda que si sigue desobedeciendo, al final obtendrá un castigo y sus padres se cansarán de repetirle las cosas y probablemente acabarán enfadándose. Yo a mi hija le he explicado que aunque papá se pueda enfadar o molestar porque no obedece, siempre la quiero, aunque esté molesto con ella.

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